miércoles, 21 de agosto de 2013

Capítulo 1- Explosión

Marina abrió los ojos. Miró hacia los lados, intentando buscarle un sentido a la situación. Si su mente se encontrase en el mismo estado en el que se encontraba segundos atrás, hubiese apreciado la escena como algo totalmente normal, quizás aburrido. Pero no, no estaba como antes.
 Ni lo estaría jamás.
 Carraspeó, inclinándose hacia delante y agarrándose la cabeza entre las manos. No podía estar allí más tiempo.
 Su madre le puso una mano en el hombro, pero se la sacudió de un golpe seco. La mujer reaccionó tensándose, y mirando a su marido asustada. No de nuevo. No otra vez.
 Marina se levantó, deshaciéndose de los pegajosos brazos que intentaban detenerla. Era el día de su graduación, qué estaba haciendo.
 Eso era lo que se supone que debería de estar pensando.
 Se remangó las faldas del vestido, un tremendo montón de tela color coral que resaltaba el tono dorado de su piel y sus grandes y profundos ojos negros con reflejos grises. Intentando pisar a cuantas menos personas mejor, se las arregló para huir de la enorme fila de asientos, reservados para los graduados y sus familias, y salió, sus tacones haciendo eco de una decisión para nada premeditada.
 No lo soportaba más. Eso era lo que su mente proclamaba, mientras ella intentaba que los millones de voces en su cabeza se callasen, y la dejasen huir en paz.
 Pero eso nunca pasaba.
 Cogió las llaves de su coche, su billete, su pase al cambio. Entró en el y pulsó el botón de bloqueo, encerrándose a si misma. Con un suspiro dejó caer la cabeza encima del volante, mientras sus padres se acercaban corriendo hasta su posición, aporreando la ventanilla.
 Ella no deseaba eso.
 No deseaba una bella graduación, no deseaba una vida de universitaria. No deseaba un negocio productivo, un amplio piso en el centro con vistas al Retiro.
 Nunca lo había hecho.
 Quería escapar, quería sentir que su vida no estaba decidida antes de nacer. Quería sentir la emoción de un vuelo sin protección, de no saber en que lugar pasaría la noche, si era que se llegaba a acostar. De qué comería para calmar su hambre, de qué haría para llegar a anciana. De a quién amaría, de a quién odiaría. Y de quién la amaría a ella, y qué enemigos tendría. De qué sería su vida.
 Y lo quería ya. Lo necesitaba.
 Arrancó el coche, mirando a sus padres sin cambiar su expresión. Ellos suplicaron, su madre se secó las lágrimas de la mejilla mientras le gritaban al unísono que apagase el coche, que pensase en lo que hacía, en las consecuencias.
 Ella gesticuló las palabras sin siquiera pronunciarlas.
 -Apartaos, los dos.
 Su madre se agarró a la puerta del coche, pero su padre tuvo la amabilidad de apartarla en el último momento, antes de que Marina acelerase a toda velocidad y se marchase.

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